Muchos dicen que el camino de Santiago es una metáfora de la vida, yo añadiría que es una metáfora a la esencia de la misma.
Cada peregrino elige su propio punto de partida pero todos compartimos un mismo destino y reto: Llegar a Santiago de Compostela. El camino y lo que esté tiene guardado para nosotros, en cambio, es siempre diferente.
En el camino, como en la vida, se atraviesan etapas, cada una con sus características (distancia, pendiente, sol...) pero independientemente del nivel de dificultad que cada peregrino sienta al hacerlo, cada etapa acaba en un albergue donde descansar. El lugar donde hacerlo varía, igual que lo hacen los planes, dando siempre espacio al azar, un azar que cambia caminos, personas... vidas.
Más allá de la flexibilidad y la improvisación que caracterizan el día a día del peregrino, este tiene sus rutinas. Un cúmulo de acciones básicas que convierten algo tan simple como lavar la ropa/compartir lavadora en una forma de vida compartida.
Compartida con una comunidad basada en la generosidad, donde no importa quien más tiene sino quien simplemente tiene y comparte, ya sea un puñado de nueces, un apósito o un "¿cómo te ha ido el día?"
Las mochilas de los peregrinos se convierten en la prolongación de sus espaldas y a la hora de elegir qué meter, cada kilo cuenta. Por ello, hacer la mochila en este viaje más allá de una tarea necesaria se convierte en una reflexión de lo que realmente necesitamos. Una mochila que cuenta también con un peso invisible, aquel que componen los miedos y sueños de quien la carga.
Cuando tu día a día cambia, tus temas de conversación también lo hacen. Deja de importar lo que otros han publicado en las redes sociales o tu plan del fin de semana y comienzas, sin darte cuenta, a hablar de tu infancia, de las razones que te hicieron caminar y de todas esas cosas que rondan por tu mente y en muchas ocasiones, ni siquiera eras consciente.
Unas conversaciones que además de ir a lo más profundo de nuestro ser, versan también en numerosas ocasiones sobre el cuidado de nuestros pies, un cuidado que obviamos en nuestro día a día y cobran en cambio especial importancia en el camino, al convertirse en nuestro medio para caminar, seguir, para conseguir nuestro objetivo.
Algunos compañeros del camino van y vienen, mientras que otros se quedan. Personas que pasan de ser desconocidos a ser personas con la que has compartido mucho más que habitación de albergue y cervezas.
El juicio aquí "no existe", como tampoco lo hacen los estereotipos, ¿porque cómo saber si alguien es pijo/punk (o cualquier otra denominación que nos clasifique) cuando sólo los ves vestir dos camisetas de deporte día sí y día también?
Así es como las distancias entre personas se acortan y en esa magia del compartir, el saludar deja de ser algo reservado a tus conocidos, para convertirse en una forma de compartir energía y ánimo a través de un "¡Buen camino!", tantas veces acompañado de una sincera sonrisa.
Una conexión que no sólo ocurre con personas, sino también y en gran medida con la naturaleza, convirtiendo a la luna, las estrellas y el sol en nuestros más fieles compañeros de viaje.
Una conexión en la que también son protagonistas los olores de las flores, los sonidos de los pájaros, la energía del mar...
Una energía general que se transforma en ganas de seguir avanzando, cambiando, creciendo... En todas las etapas de la vida que comienzan en Santiago y en los corazones de todos los peregrinos que siguen las flechas amarillas de su vida.