Los días, las estaciones, los años pasan…
Pero la velocidad
con la que lo percibimos depende de nosotros y de nuestra actitud. Porque no es
lo mismo un “¡el tiempo vuela!” cuando no llegas a una entrega que cuando no
quieres que se acabe un viaje, o un “parece que no ha pasado el tiempo” cuando
te reencuentras con un viejo amigo que cuando parece no llegar la hora en la
que tu reunión acabe.
Vivimos y cambiamos rápido, con
prisa, sin tiempo a veces de procesar todo lo nos ocurre. Porque a fin de
cuentas somos las decisiones que tomamos y aquellas que toman por
nosotros.
Desde qué desayunamos cada mañana, hasta a qué dedicamos nuestra vida
y con quién decidimos hacerlo. El cómo asumir las consecuencias de estas decisiones, depende una vez más de nuestra actitud, de si decidimos ser actores o espectadores de
nuestra propia historia.
Cada una de estas decisiones supone un cambio, dejar algo por otra cosa.
Cambios que a veces se traducen en cómo de cansado llego al trabajo (al elegir el
medio de transporte para hacerlo) y otras nos hacen cambiar de ciudad, trabajo
o compañero de vida.
“Tiempo al tiempo” solemos decir a todas esas veces en las
que la vida nos sorprende, pero ¿qué significa dar tiempo al tiempo?
Personalmente, no sé a qué se refería aquel que por primera
vez dijo esta frase, pero para mí significa dejarse llevar, improvisar… Pausar y rebobinar como canta Izal.
O “que la vida nos saque a bailar" como dice la canción de Izaro.
Y que lo haga sea lunes, viernes o domingo porque cada día
es una nueva oportunidad. No podemos vivir
esperando esa llamada, esas vacaciones… sino cambiar la mirada y vivir el hoy.
Porque como me escribieron hace unos días con mucha razón y aún más cariño:
“El día ocurrirá, te levantes o no.”